Esta pintada es corta. No hace falta utilizar muchas palabras. El partido del Aleti contra el Bayern ha sido un acto de generosidad que será recordado durante mucho tiempo. El esfuerzo de los jugadores de Simeone, la manera de defender y el gol de Saúl enmarcan un partido que el abonado veterano que firma este grafiti llevaba esperando toda su vida. Saúl ha hecho un prodigio. La decisión de ir hacia delante dejando a cinco jugadores del Bayern por el camino es sobresaliente pero la pausa antes del tiro levantando la cabeza le da la matrícula de honor. El último segundo de esa soberbia jugada ha sido a cámara lenta porque el tiempo se ha parado pensando en aquella noche de Bruselas cuando éramos pequeños. La noche del prodigio de Sául ha estado a punto de ser sublime si Torres hubiera culminado la jugada más hermosa de su carrera con un gol. El recorte de Torres es el mejor que ha hecho jamás y el tiro con el exterior un dulce para la vista. Lástima de medio centímetro porque iba dentro. El Aleti ha defendido y ha sufrido como nunca pero era una semifinal de Champions contra un equipo que tiene el banquillo lleno de estrellas. El Aleti metido atrás es una metáfora de la vida. La vida es esperar y aguantar hasta que aparece la jugada como decía Luis. Confieso que hoy he llorado. Fin de la pintada.
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Sublime la pintada de hoy.
Casi,casi,ya.
La pintada me emociona y me reconcilia con el universo.
Mi padre estuvo aquella noche del 74 en Bruselas y yo he llorado muchas veces desde entonces.
El partido anoche fue sublime de emoción y de entrega.
Saúl y el Niño personalizan el arte y el orgullo de ser del Atleti.
Me pedí el día libre. Me conozco y sabía que no podría concentrarme en nada que no fuera el partido. Mi mujer se había ido temprano a una reunión y me tocaba levantar a las crías. A las ocho subo la persiana de la habitación y les doy un beso de buenos días. «¿A que no sabéis quien juega hoy?» «¡El Atleti!» me contestan muy contentas las dos. Y es que siempre seguimos el mismo ritual cada día de partido. «Hoy quiero llevar la camiseta», me dice María, la mayor, que tiene seis años. «Que el otro día me lo prometiste y se te olvidó», me echa en cara porque no sabe que a su madre no le hace demasiada gracia hacer apología rojiblanca entre sus compañeros y amigos de mayoría vikinga e incolora. «No te preocupes que no se me olvida», le digo yo mientras ayudo a vestirse a Lucía, de tres años, que se apunta al carro de la camiseta con su lengua de trapo: «Yo también papá, con el Atleti por dentro», me dice para explicarme que se la ponga debajo del baby. Y tengo que morderme el labio y mandar una orden urgente al cerebro para evitar que los lacrimales comiencen a fabricar agua con sal que delate mi satisfacción y mi emoción. Me contengo y preparo el desayuno.
Entre sorbo y sorbo de leche sigue el interrogatorio: «¿Hoy es un partido importante?» «Ayer me dijo Jose, mi amigo el del Madrid, que ellos han ganado a unos que eran muy buenos». Y les explico despacio que hoy el Atleti juega contra unos alemanes que nos ganaron cuando yo era como ellas. Y que no hagan caso a Jose, que se inventa todo. Que ayer los de su equipo no pudieron meterle un gol a unos ingleses que son muy malos. Y que nosotros somos del Atleti siempre: perdamos, empatemos o ganemos. Siempre. Y Lucía, la pequeña, me pide a gritos: «¡Cántanos la canción nueva, papá, la de ‘contigo la final'». Le digo que en la mesa no se grita y le pido a su hermana mayor que la cante conmigo, porque como es una esponja ya se la ha aprendido del tirón: «Los años han pasado… el Frente sigue igual… honrando tus colores… por toda la ciudad… No importa lo que pase… no nos separarán… Atleti yo te amo… contigo hasta el final… Alé, alé, alé…» y levantamos los tres la mano como si agitáramos la bufanda. «Venga, chicas, que hay que lavarse los dientes y se nos echa la hora encima».
Preparamos la fruta para el recreo y se ponen la camiseta del Atleti por debajo del baby y de la chaqueta. María lleva el 7 de Griezmann en la espalda. Lucía el 6 de Koke. Son camisetas piratas. Las compré el año pasado en un mercadillo al norte de Benín, en Toko-Toko. Cada una, con su pantalón, me costó 1,5 euros al cambio. A punto estuve de llevarme el tenderete completo.
Llegamos al cole y después de darme un beso en la puerta, María me pregunta si las voy a ir a buscar. «Claro, hija. Vengo a por vosotras y así me dais un abrazo como si hubiéramos marcado un gol. Que el partido es de noche y no lo vais a poder ver. Así, con el abrazo del gol y soñando que vamos a ganar, seguro que los alemanes no tienen nada que hacer». Y María, que es lista como una ardilla, me suelta: «Claro, papá, porque cuando tú eras como nosotras nos ganaron y hoy nos toca a nosotros ganar». Y me deja con la boca abierta, sin posibilidad de lanzar a tiempo la orden para contener las lágrimas al hemisferio cerebral pertinente. Y las dos entran corriendo al cole mientras algunas madres se me quedan mirando con cara de preocupación viendo a un tipo sonriendo, con lágrimas en los ojos y vestido del Atleti en la puerta del cole del barrio, a las nueve de la mañana, un miércoles de abril, mirando a sus dos hijas con la rojiblanca asomando bajo la chaqueta, por el cuello del baby. Con el Atleti por dentro.